Hace mucho tiempo de este relato. Así escribí la proeza que con tres amigos subimos en bici al pico más alto de nuestro alrededor en un cálido agosto del 96. He recuperado las fotos que tenemos de aquél viaje y las he escaneado lo mejor que puedo.
En este relato no cuenta la forma de escribir, muy mala, sino los hechos en sí: el recuerdo. Más de 12 años han pasado ya y lo recuerdo como si hubiera sido ayer.
Una mirada al pasado y la promesa de recuperar el relato, que aunuqe han pasado muchos años de esa promesa, aquí está. Disfrútenla.
Danny, Iván, Miguel. Va por ustedes.
El Piélago, la novela
Preparativos
Yo mismo propuse hace dos años, quizás tres, ir en bici hasta Sotillo de la Adrada, a unos 40 kilómetros de Serranillos Playa, donde veraneamos. Debíamos ponernos en forma. Hacer muchas millas antes de emprender ese viaje. Y nos pusimos a ello. Muchos viajecitos a Castillo de Bayuela, e incluso, a El Real de San Vicente.
Pero en todo viaje tienen que surgir problemas, y en esta preparación no iba a ser menos. Que si un fin de semana hace mucho frío, que si hace mucho calor, que si mucho aire, que si mucho tráfico, que si no coincidimos los cuatro que estamos dispuestos a hacer el viaje…
Ante la desesperación de ver que este proyecto no se iba a cumplir, se me ocurrió dar a conocer que nuestro vecino Javier (que tiene una tienda de bicis en Talavera de la Reina, y una panda de amigos que les gusta eso de ir en bici y hacerse sus escapadas de fin de semana) subía a El Piélago, el pico más alto de los que se ven desde Serranillos.
Subir hasta allí requería otra preparación, aunque esté mucho más cerca, más o menos a 25 Km, por ejemplo preparar la ruta por dónde ir. Las primeras preguntas que me surgieron serían ¿cómo llegar?, ¿dónde está el Piélago?. Una vez satisfechas estas preguntas y buscada la ruta en un mapa del ejército, me quedaba convencer a los chicos, convencerlos y animarlos, porque la primera impresión fue de decir que cómo íbamos a subir hasta allí. La idea de que estaba mucho más cerca que Sotillo les convenció. Entonces, ¿todo estaba hecho, una vez animado el grupo para la marcha? Desde luego que no. Ahora teníamos que coincidir todos juntos. Que todos estuviésemos fuertecillos para poder subir y aguantar.
Primero fuimos a reconocer el terreno en coche. La carretera hasta El Real de San Vicente la conocíamos, pero a partir de ahí era toda una incógnita. Hay que decir que la carretera es igual de mala hasta que se llega arriba, por lo que habría que tener cuidado con las piedras y la tierra suelta, los baches y los hoyos, con los cruces y las curvas, con los autocares, las furgonetas y los autobuses. Sobre todo con los autobuses, porque volviendo de El Real de San Vicente hasta Castillo, parecía que o nos metíamos debajo de uno de ellos en una curva o nos salíamos por el lado contrario de la cuneta, por el miedo y el susto que habíamos pasado. Cuando subimos en coche pudimos observar la fuerte y la larga subida al alto, pero también vimos las increíbles vistas de la provincia de Toledo.
Ya es verano, estamos en julio de 1.996. Estamos decidiendo y preparando nuestra salida para el primer fin de semana de agosto, en el que estaremos todos, los cuatro que nos animamos a hacer el viaje.
El Viaje comienza
Cuando llego el sábado 3 de agosto a Serranillos, los chicos están en la piscina y me dicen que me estaban esperando para irnos en bici. Resulta que en la semana que he faltado, este viaje ha llegado a ser todo un acontecimiento social. Pero ellos han estado ocupados en su película ‘gore‘, que en mi opinión no merece ser clasificada, ni siquiera como película.
Los chicos se estuvieron preparando durante los días anteriores para estar en la mejor forma posible, se entrenaban incluso de noche, por el camino del Mesón. Y esto no le hacía mucha gracia a Miguel que se quejaba del fuerte ritmo que imponían Iván y Danny, o Danny e Iván. El sábado Miguel estaba cansado y es que tan mala es una cosa como la otra. Pero, por fin, llega el día deseado. Esa misma noche pretendíamos acostarnos temprano para descansar, pero la falta de sueño y las ganas de estar con los chicos propician que nos vayamos a la cama a las dos de la mañana, para levantarnos a las siete.
Son las siete de la mañana del domingo 4 de agosto de 1.996. Me despierto del sueño en un instante, aunque me molesta la alarma del reloj, que pitiditos más irritantes. Me pongo las zapatillas y me visto, hago la cama y bajo a desayunar, un vaso de leche y una magdalena se hacen imprescindibles para afrontar la primera parte del viaje hasta Castillo. Saco los botes de la nevera y los coloco en la bici. Todo está a punto y preparado. Me coloco los guantes y cierro detrás de mí la puerta. Voy andando hasta casa de Iván y Danny para desentumecer los músculos. Allí hemos quedado a las 7:15, pero se retrasan. Quien más aguanta en la cama es Miguel, que tiene que despertarlo su abuela, que se extrañaba que no se hubiese levantado antes. Definitivamente, a Miguel se le pegan las sábanas. Por no despertarse a tiempo conseguimos salir a las 7:30. En las primeras pedaladas sentimos un poco de fresco, pero una vez que subimos la cuesta de San Román de los Montes entramos en calor e incluso nos parece que empieza a calentar el día, demasiado pronto ¿no?, no sabía que a las ocho de la mañana, en agosto, ya podría hacer tanto calor. Con los primeros rayos de sol del día llegamos a San Román. Aunque nos propusimos ir despacio, sin cansarnos, tan sólo tardamos 17 minutos en llegar, y una vez atravesado el pueblo, comenzamos la tímida, a estas alturas, ascensión hacia Castillo. El pavimento de la carretera mejora sustancialmente, ahora sólo hay gravilla en el arcén, ya hemos dejado atrás los baches y las grietas de una pista muy maltratada.
Los montes de Toledo son una constante, pero cada vez está más cerca esa cima que hoy subiremos, el Piélago se rendirá a nuestros pies.
Ya tenemos más cerca la montaña de Castillo, donde reponemos fuerzas los que desayunamos antes de salir y desayunan los que no lo hicieron. Danny e Iván cada vez están más lejos, porque ni Miguel ni yo estamos para muchos trotes y el fuerte ritmo que impuso Danny era para gente muy bien preparada para una salida de fin de semana.
Ahora descendemos rápidamente y cruzamos el puente sobre el riachuelo de Castillo, que en otra ocasión nos sirvió de descanso en un primer intento de subir al Piélago, pero que tuvimos que volvernos porque la bici que Sergio prestó a Alex no tenía bien engrasado el pedalier y se quedó atascado. Al bajar Castillo buscamos un sitio donde tirarnos en el verde y lo hicimos al lado de este riachuelillo. En mala hora puse los botes para refrescarse en el río, pasó lo que tenía que pasar. Nos dormimos y como si lo estuviera viendo claramente con mis ojos veo los botes pasar ante mí, corriendo río abajo, y como una premonición, así ocurrió. De tres botes que dejamos, tan solo uno se quedó allí, aunque estaba a punto de desaparecer también, y de los otros dos uno quedó enganchado entre unas ramas y lo pudimos coger, mientras que el otro se perdió en la corriente, lo buscamos sin éxito.
Hacemos la primera parada del día, que ni por asomo será la última. Estiramos las piernas y bebemos el agua que ya está caliente, aunque Miguel lleva agua congelada, agua que aguantaría en hielo hasta que comiéramos. Tras un breve descanso, porque a la sombra nos quedamos fríos, comenzamos la empinada y j… subida a Castillo. La única alegría es que arriba nos espera una recompensa por haber subido, el reconfortante desayuno tan esperado y que tantas veces hemos hecho. Nos compramos unos bollos, que comimos allí mismo, y unos botes de CocaCola que a duras penas nos bebimos, porque eran las 8:40 de la mañana, y un bote frío de Cola a estas horas puede ser mortal. También compramos unas pastas de chocolate y almendras deliciosas que se derritieron con el calor, pero que, aún así, estaban deliciosas.
Tras coger agua en la fuente de Castillo reemprendemos la marcha. A partir de aquí el viaje se convierte en una pesadilla.
Subida a El Real de San Vicente
Cruzamos el pueblo a toda velocidad, y en la plaza del pueblo nos increpan unos jóvenes, a los que hacemos caso omiso u omitimos el caso, que viene a ser lo mismo. Al salir de Castillo la carretera empeora que es una barbaridad. Baches, tierra suelta y una carretera muy estrecha son lo que tenemos hasta El Real de San Vicente.
La ascensión hacia El Real ha comenzado, son las primeras estribaciones y aún estamos bien, pero con muchísimo calor. Tenemos un paisaje montañoso a nuestro alrededor, con poca sombra y… lo inevitable no tardó en llegar: tuvimos que parar. Era necesario, no podemos seguir, ni Miguel ni yo, el fuerte ritmo que Danny e Iván imprimen juntos. La parada es necesaria, no por nada, sino porque estos dos locos tenían que esperarnos, incluso van haciendo carreras entre ellos para llegar a descansar antes. Descansamos a la sombra de una encina, todo son encinas a esta altura del terreno, a medida que ascendemos encontramos algunos pinos y árboles frutales de fincas particulares. Bebemos agua y reemprendemos la marcha, ellos están más descansados que nosotros, lo cual no es óbice para excusar nuestra marcha lenta y pesada.
Las paradas se suceden cada poco, ellos van muy rápidos, nosotros muy lentos. Ellos están tan frescos como al principio, nosotros estamos baldados, parece que arrastramos un carro de polos a nuestras espaldas, y eso que las mochilas las llevan ellos, porque por suerte mi primo Iván se encarga de la mochila que compartimos, y Miguel se escabulle también de su compromiso, en parte, o en todo, lógico, porque ellos van más deprisa y no parece importarles llevarla en sus espaldas.
Ya falta poco para llegar al cruce con la carretera que nos llevará a El Real, pasamos en sentido contrario la curva cerrada y ciega donde un autobús parecía engullirnos bajo sus ruedas en una escapada anterior al Real, al que bautizamos como el ‘pueblo pared‘, por su empinada e inaccesible calle principal que tuvimos que subir andando.
Recuerdo que un matrimonio ya mayor estaba en su terraza sentados. Ella sarcásticamente nos dedicó unas bellas palabras que no nos hicieron mucha gracia: ‘Vaya deportistas que suben andando, hay que subir montado en la bicicleta’. Ya nos hubiera gustado a nosotros subirla, pero había que verla a ella, porque ¡vaya con el pueblecito!
Giramos en el cruce a la derecha y la ascensión continúa, casi estamos en El Real y ¡¡marchamos todos juntos!! Esto es increíble, hace unos kilómetros ni los veíamos y desde la última parada vamos juntos. ¿Cuánto durará esta situación? ¿Será que nos encontramos bien y podremos subir todos a tren? Pues el caso es que esta situación dura menos que un bollo en manos de Iván. Exactamente lo justito después de cruzar el puentecito con el guardarrail que hay entre la espesura de los árboles, donde empieza la subida al Real. Comenzamos bien, cómodos, con un ritmo lento pero fijo, con una pedalada fuerte y efectiva, con un desarrollo grande para no acusar demasiado el esfuerzo. Las primeras rampas las conocemos muy bien, por aquí ya habíamos subido en otra ocasión en bici, pero más adelante tuvimos que bajarnos de la bicicleta.
Pero esta vez la historia cambiaría. Esta vez podíamos subir sentados. Demasiado bonito para ser verdad: ¡Estamos subiendo el ‘Pueblo pared’! El pueblo está en obras para canalizar el alcantarillado, hay fosas y hoyos en los arcenes de la carretera. Danny se regocijaba en gritos de ánimo porque estaba subiendo El Real montado en la bici, él e Iván ya van muy lejos de nosotros. Yo, con el esfuerzo que imprimo a mi ritmo, contemplando de reojo a Miguel que subía a mi vera, me dirijo directamente a la zanja. No hay remedio. Tengo que elegir entre continuar pedaleando, como si fuera un acto reflejo, o cambiar la dirección de la rueda, pero siento que no tengo fuerzas en los brazos, así que, me meto de lleno en la zanja. Para salir no puedo hacer otra cosa que bajarme de la bici, y luego soy incapaz de volverme a subir para continuar subiendo el pueblo. Se lo digo a Miguel y él se anima a subir andando conmigo. Si tú no subes yo tampoco, parece decir.
Los ‘locos del pedal‘ nos esperaban en la plaza del pueblo, relajando y estirando sus piernas. ‘¡Hemos subido montados!’ a lo que les replico: ‘Nosotros lo hubiésemos hecho también si no me hubiera metido en la zanja, luego ya no podía pedalear’. Descansamos y bebemos la poco agua que nos queda. Ya eran alrededor de las 9:30 de la mañana. Entre estas calles estrechas, a la sombra no se nota tanto calor, quizás también aminorizado por la altura, aquí estamos más altos que en Serranillos y el aire es más fresco. Danny decide telefonear a su madre, para comunicarla que todo estaba bien, cansados, pero bien. Es su última oportunidad de llamarla, no hay más pueblos hasta El Piélago, tan cerca pero tan lejos. En el suelo, junto a la cabina telefónica, hay un pajarito extraviado, con hambre y sin fuerzas. Miguel se encariña con él y no quiere dejarlo sólo. Danny pregunta a una vieja si quiere quedarse con el pájaro pero no le hace ni caso. Luego pasan dos niñas y las persigue. Las pregunta si quieren quedárselo pero ellas parecen apretar el paso, y es que con esas pintas de camiseta sudada, con chorros de sudor por todo su cuerpo y con la gorra empapada en el líquido elemento, más bien parecía un delincuente o yo qué sé. Las niñas se asustan y salen corriendo para que no les siga.
Después de un rato dejamos allí abandonado al pájaro, a Miguel le da mucha pena, pero conseguimos continuar el viaje hasta la fuente, tenemos mucha sed y mucho, muchísimo calor.
Por fin subimos todos a la fuente del Real. Tiene tres grandes chorros de agua muy fría, que nos refresca hasta las entrañas, descansamos, como en el pueblo, durante un largo rato. Ya está más cerca El Piélago, ya se ve mucho mayor los montes verdes y poblados de árboles que lo cubren. Sólo nos queda subir el alto porque no creo que esté considerado como puerto, al menos no pasa la carretera general. Nos sacamos unas fotos, pero sólo podemos salir tres, siempre hay alguien que tiene que hacer la foto. Pero allí aparece una señora, a la que Danny le pide que nos saque una foto, y ahí llega el cachondeo. La buena señora dice que ella no cree que sepa hacerla, Danny le dice que sólo tiene que apretar el botón y que ya está, y así hace.
Si la señora nos sacó la foto no lo sabremos nunca porque el listo de Danny se pasó de rosca velando parte del carrete de su cámara fotográfica. Lo hizo sentado junto al embalse de Cazalegas, durante ‘todo’ un día que pasaron los chicos fuera de casa, y que sólo consiguieron llegar al otro lado del pantano para jugar al voley-playa. ¡Que animación! Y que buen sitio para estar lejos de casa, a la otra orilla de Serranillos.
Una vez hecho el reportaje fotográfico, continuamos el viaje. Cogemos la desviación a la izquierda en la que empieza la Subida a El Piélago.
El infierno se llama Piélago
Afrontamos las primeras rampas que ahora son suaves. La vegetación cada vez es más espesa y tupida. En un principio rodamos juntos. Gozo de una gran ventaja: no llevo la mochila. Iván intenta por todos los medios que subamos, aunque tenga que llevar él mismo la mochila durante todo el viaje. Miguel tampoco puede con la mochila y Danny le hace el mismo favor que me hace a mi Iván. Aún así, los porteadores van por delante y nos van dejando atrás. A medida que ascendemos, pasamos por la curva donde está el desvío hacia la piscina, que está entre el fondo del valle que provoca El Piélago y la montaña donde se encuentra El Real, la ascensión se hace más dura y nuestras fuerzas flaquean (las de Miguel y las mías), y los ‘locos‘ del pedal se van, se van… muy lejos, los perdemos de vista. Miguel y yo estamos deseando descansar un poco, pero ellos se han ido, van muy por delante. Desde lo alto de la carretera se oyen sus voces animándonos. Nos esperan parados a la sombra, después de una curva muy, muy larga. Cerrada como una herradura machada por las patas de un caballo al galope, y empinada, demasiado empinada, tan cuesta arriba como la Cuesta de Enero.
Conseguimos llegar a su altura. Parece increíble que ellos estén allí tan frescos, descansando, y nosotros no podamos ni con nuestra alma. Para más inri suben coches de domingueros que van a pasar una día de campo, al fresco de la montaña y a darse un paseo, bien andando, bien en bicicleta, cargadas de estas las bacas del coche. Entre ellos, uno lleno de jóvenes nos increpan y saludan eufórica y acaloradamente, con los brazos extendidos al exterior del coche que casi podrían tocarnos.
Después de un descanso continuamos ascendiendo. Pero al poco sentimos la necesidad de parar, necesidad que se repetiría hasta la saciedad durante la subida. A medida que subimos voy observando el paisaje, vemos El Real desde arriba y como cambia. Es grande y no es nada alargado, ¿¡tiene más calles que la carretera general que lo atraviesa!? Desde arriba no parece tan jodidamente empinado. De vez en cuando, en cada parada, tomamos unos bocados de pastas derretidas de chocolate que nos reconforta y repone. Porque paradas hicimos unas cuantas. De hecho, parecía que no llegaríamos nunca a la cima.
Paramos cada 500 metros, como un reloj, aunque a Miguel y a mí nos hubiese gustado parar más a menudo, pero Iván y Danny decidían dónde parábamos. La última parada fue a 1 Km de la cima. A falta de 500 metros para llegar, ellos dos pararon pero yo sabía que era la última recta, que allí delante era casi un llano y cuando llegué a su altura les dije que si paraba quizás no pudiese continuar estando tan cerca del final, pero Miguel se queja, él quiere parar, no puede más. Pero… continuamos.
El Piélago
¡Lo conseguimos! ¡Hemos subido al Piélago! Somos los más felices del mundo. Estamos contemplando el calmado paisaje, saboreando las mieles del triunfo. La proeza está conseguida.
Pero no contentos con ello, seguimos pedaleando, eso sí, ahora más bien poco. Vamos hacia abajo. Pasamos por la curva de donde sale el camino hacia los repetidores de la señal de televisión situados en el alto de las Cruces, parece un camino de tierra muy goloso para ser transitado, de tierra uniforme con alguna que otra piedra. Pero seguimos bajando por la carretera hasta que vemos el Monasterio del Piélago, que actualmente está en reconstrucción, porque la parte vieja está en un estado caótico de conservación, derrumbado el techo y, tal y como nos dijo un señor con peligro de que caigan piedras de los muros, por lo que no es aconsejable pasar a verlo por dentro. Le preguntamos por dónde podemos encontrar agua y nos señala una finca particular en la que debemos entrar andando, pero desistimos y vamos en bici por un camino que bordea el monasterio y un muro de piedra. Baja hasta una puerta por la que entramos. Dentro hay un campo con una canasta, pero nos damos la vuelta al ver que hay alguien dentro. Cuando nos volvemos hacia el monasterio vemos que baja un coche con una pareja de señores mayores y entran en la finca donde habíamos entrado. Todo indica que puede ser un campamento de verano.
Una vez en la carretera, seguimos bajando entre los pinos y abetos tupidos, frondosos y enormes. Entramos por un camino en subida por el que vamos a dar a lo alto de la montaña. Desde aquí vemos un camino que va hacia abajo con una fuerte pendiente. Una locura de camino para bajar, pero peor para subir. También contemplamos una bella panorámica, donde descubrimos un núcleo denso de construcciones que es Talavera de la Reina. Cerca, desde allí alto, está el pantano de la Portiña, donde pasamos un día de campo todos los chicos, y junto a él (desde allí arriba) se puede observar otro pantano menor y en el que parece que hay una casa en medio, como flotando en el agua, curioso y extraño. Nos sentamos a la sombra para descansar. Nos bebemos el poco agua que nos queda y nos comemos las pastas derretidas de chocolate que compramos en Castillo (¡qué buenas estaban!).
Los cuatro tenemos mucha sed. ‘Por mí nos comemos el bocadillo, yo tengo mucha hambre’, les digo a los chicos, pero me responden que es demasiado pronto, aunque ellos también tienen hambre. Son alrededor de las 12 del mediodía, demasiado pronto para comer, luego nos entraría el hambre… y no tendríamos qué comer. Así que nos ponemos en pie y vamos a ver donde lleva el camino por el que hemos venido, pero casi al empezar nos damos la vuelta, no creemos que el camino llegue a ningún sitio que valga la pena, así que volvemos a la carretera y seguimos bajando para ver lo que hay.
A mí me parece que bajamos mucho, pero logramos encontrar un parque natural o un área de recreo en el Piélago. Aquí se puede pasar un día de campo en plena naturaleza. Hay bancos y mesas para comer. También hay un campamento de verano, con tiendas de campaña, campos de fútbol con porterías grandes con redes y una piscina con muchos niños protegiéndose del calor que hace. Los monitores están allí con ellos, pero sobre todo, quienes están son las monitoras, en particular una rubia que trae de cabeza a mis compañeros de sufrimientos.
Después de observar el paisaje y el panorama juvenil de la piscina nos dividimos en dos grupos, unos preguntarían a las monitoras de la piscina que si sabían por dónde se iba a Hinojosa de San Vicente por un camino y no por la carretera, y los otros dos irían a la cabaña donde había un grupito de monitores. Iván y Miguel fueron a la piscina y se les salieron los ojos de las órbitas, pero volvieron sin saber dónde estaba el camino. Danny y yo obtuvimos que lo mejor sería preguntar al pastor de vacas que acababa de pasar por allí. Así hicimos y nos señaló muy bien su situación. ¿Adivinas cuál? Es el camino suicida que vimos hace un rato con la fuerte pendiente. Sí, ese desde donde se puede ver Talavera y la Portiña.
Una vez que conocíamos el camino de vuelta que nos había dicho Javier (el de las bicicletas de Talavera), ya no teníamos que preocuparnos por nada. Ahora buscaríamos un sitio tranquilo para comer a gusto y a la sombra.
En el paraíso
Nos sentamos no muy lejos del campamento, en unas piedras por las que pasaba un riachuelo. No beberíamos de esa agua, pero nos reconforta verla correr debajo de nosotros. Ponemos música en el Walkmann y conectamos los pequeños altavoces, ¡ah!, de esos que no suenan. Cuando ya estaban Iván y Miguel manos a la obra con el bocadillo vemos a un señor con dos garrafas cogidas por las manos. Nos quedamos atónitos y, casi sin darnos cuenta, Iván sale corriendo para preguntarle dónde hay agua. Le dice que en una fuente un poco más hacia abajo y yo voy para allá en bici, y creo encontrarla, y regreso para decirles que la he encontrado. Pero resulta que una vez que bajamos donde yo decía, con las bicis y todo, encontramos una piedra enorme, con forma de fuente como las de la Casa de Campo madrileña pero sin agua por ningún lado.
Decepcionado, yo, y cabreados, ellos, por haberles hecho bajar hasta allí sin encontrar agua volvemos por nuestros pasos y vemos a una persona que sale por una caminito con otra garrafa, la fuente está allí mismo, pasamos por delante de ella sin darnos cuenta, pero conseguimos encontrarla. A su lado corre el riachuelo que pasaba por debajo de nosotros hace un momento y allí descargamos todo nuestro cuerpo, nuestras bicis y las mochilas a la sombra. Bebemos un poco de agua fresca y llenamos los botes. Por fin voy a probar bocado, sentado cómodamente en una gran piedra por la que corre el agua. Comemos y bebemos, bebemos y comemos.
Una vez saciados, reposamos nuestros cuerpos sentados al fresco de la sombra y del riachuelo, con la más bella naturaleza. Sólo el susurro de los pájaros, el agua y el aire que mueve las ramas de los árboles perturba nuestra paz. A veces también algún coche que pasa por la carretera o un grupo de cabras que suben por el monte.
Sin saber qué hacer nos ponemos a jugar al tute en el lugar más llano que hemos encontrado, a la sombra, desde luego. Incluso allí arriba hace calor. Después de jugar largo rato el aburrimiento se apodera de nosotros. Nos sentamos en unas piedras al lado de la fuente. Por fortuna para nuestros ojos y nuestros cuerpos vemos pasar por delante de nosotros, ‘rozando’ nuestros demacrados cuerpos, a la diosa de la belleza femenina. Un traje de verano de una pieza bastante pequeño nos permite ver unas piernas bellísimas, largas y finas, un cuerpo perfecto tostadito por el sol, unos cabellos rubios y largos, sueltos y sedosos. Una cara inmaculada y preciosa estaba junto a nosotros, refrescándose en la fuente. Eran dos parejas que se sentaron a comer un poco más abajo de la fuente, lo cual nos permitió poder contemplar su hermoso cuerpo, incluso con prismáticos. Hasta dónde llagamos en ocasiones, están a poco más de una docena de pasos, resulta ridículo mirarla por unos prismáticos, desvergonzados de nosotros que estamos dispuestos a contemplarla como unos seres repugnantemente viciosos, pero, modestamente, la situación lo requería y, desde luego, ¡lo merecía!.
Después de observar el lindo paisaje decidimos regresar a casa, el camino es todo hacia abajo. Unos repechitos y a darnos un baño en la piscina y refrescarnos del calor.
Descenso infernal
Paradojas de la vida: subimos por el infierno para llegar al Piélago y ahora bajamos el infernal camino hacia Hinojosa. Un camino suicida, empinado, muy empinado. Con mucha tierra suelta, muchas piedras. Y muchas zanjas atravesadas en el camino, zanjas profundas, que hacen que te golpees con la barra de la bici y te hagas daño en… y en las manos, muñecas y brazos tratando de controlar la rueda, la bici y el cuerpo para no caer al suelo y rodar montaña abajo. Danny chilla de dolor en uno de estos baches y suplica que nos demos la vuelta. En este bache pierde su bidón y Miguel en un derroche de energía y heroicidad, con grave riesgo para su integridad personal, es capaz de cogerlo mientras rueda camino abajo. Danny prefiere volver por la carretera, a pesar del tráfico rodado, pero Miguel se opone totalmente, al darnos la vuelta. Al ver lo que hemos bajado dice que él no vuelve a subir eso, prefiere seguir, sea o no el camino. Javier nos dijo que era una camino ancho por el que pasaban coches, y ancho para que pasaran lo es. También nos dijo que estaba muy bien y que algunos trozos están asfaltados, pero de estar bien nada, en absoluto, y el asfalto: ni se huele. Sólo más abajo hay zonas en la que se ha echado un poco de cemento con muchas piedras, que para cuando llueve seguro que permite que el coche no patine, pero es una infernal bajada suicida. Yo bajo frenando a tope y, aún así, no pierdo demasiado la rueda de los demás. En una rápida y valiente mirada observo que bajamos a unos 27 Km/h. En dos palabras im-presionante.
En el camino encontramos unos señores a quienes preguntamos, para cerciorarnos, si éste es el camino que va a Hinojosa. Nos dijeron que si pero que el camino mejora un poco más lejos, pero que está muy mal. No nos queda más que reírnos. ¿Que si está mal? ¡Ya lo creo que sí! El camino mejora algo, pero aun así, ¡vaya caminito! ¡Me cagüen Javier! Hay trozos de tierra casi sin piedras en el que el suelo está cubierto de hojas secas de los pinos que dan sombra y bordean el camino. Es en este trozo cuando yo marcho el último y veo las tumbadas de los chicos descendiendo el Piélago. ‘Me dan ganas de sacarles una foto, ¡qué pasada! La mando a un concurso y lo gano, vamos que si lo gano’, voy pensado para mis adentros. Casi llegando a Hinojosa nos cruzamos con un viejo a lomos de un burro, qué impresión se lleva el hombre cuando ve bajar a cuatro insensatos por ese camino de mala muerte, pero qué impresión se llevaron los que iban primero al encontrárselo de morros.
El retorno
Por fin llegamos a Hinojosa. El camino desemboca en una plaza donde está la iglesia y una fuente de la que no sale ni gota de agua. Bajamos hasta la plaza del pueblo, para telefonear a la madre de Danny y decirla que volvemos y que no hay ningún problema. Nos tomamos una CocaCola bien fría, para recuperar azúcar y refrescarnos del calor y de los nervios acumulados en el descenso del infierno. Nos sentamos en un banco de la plaza a la sombra y causamos sensación: los pueblerinos no deben ver mucha gente que no sea del pueblo, todo el que pasa se nos queda mirando, y no es que pase poca gente, sobre todo jóvenes y niños que van a la piscina o a uno de los bares de la plaza, porque hay unos cuantos.
Discutimos comentarios de todo tipo: que si vaya camino; pues si este camino está bien… pues al Javier ese lo mato; pues que suban ellos porque yo no subo ese camino empinado y empedrado; lo mejor hubiera sido volver por la carretera, a pesar del tráfico y de los autobuses. Incluso la madre de Danny le dijo que tendría que comprarle un casco, porque un día de estos le iba a pasar algo, pues si supiera lo que nos pudo haber pasado.
Después de un rato nos sentimos capaces de seguir descendiendo hasta San Román y volver a casa. No sabemos qué hacer con las Cocas y los dejamos debajo del banco. Por fin nos ponemos en marcha de nuevo. Salimos a la carretera, impecable y en perfecto estado, e inicio en primera posición el descenso, bueno…, ejem: suicida descenso. ‘¿A cuánto vamos?’, grita Danny, ‘¡A más de 50!’, le respondo a grito pelado. Y lo cierto es que bajamos a más de 60 Km/h, y en una curva cerrada y peligrosa me veo más en el guardarrail del lado contrario que sujeto a mi raya blanca del lado derecho, afortunadamente a eso de las 5 de la tarde, en pleno agosto, no se mueve ni Dios de su casa. Pero en este viaje siempre alguien tiene que quedarse descolgado y ahora le había tocado a Iván. ‘¿Dónde está Iván?, ¿Le pasa algo?’, pregunto a Danny, pero él tampoco tiene idea, sólo vemos que se va quedando atrás. En San Román le esperamos, ahora vamos a un ritmo mucho más lento, ya el desnivel no es tan fuerte.
De nuevo rodamos juntos. ¡Qué pocas veces hemos rodado tan juntos!, pienso en plena subida a la cuestecilla de San Román, nada más salir del pueblo. Pero cómo va a durar que rodemos juntos. Imposible. El ‘pierna loca‘ de Danny sale como un tiro en la recta hasta Serranillos, va a 50 Km/h. Es muy difícil seguirle. Para nosotros imposible, pero aún menos para Miguel, está hecho polvo, y encima Danny cada vez más deprisa y cuando le dices que va a 50 ni se lo cree, a él no se lo parece, dice. Él va bien. Y para qué ir más lento si puedes ir a la velocidad del rayo, ¿verdad?
Cuando Danny se decide a bajar un poco el ritmo y Miguel logra alcanzarnos ya estamos bajando la cuesta de San Román. Y aquí alcanzo el récord de velocidad máxima del viaje: ¡¡72 Km/h!! Nada más y nada menos. La vez que más rápido he ido nunca, en bici, claro está. Ahora Iván parece más cansado que al principio cuando se escapaba con Danny subiendo hacia Castillo y El Real, normal, uno no aguanta tanto. Pero ya ahora estoy mucho mejor, el descanso en el Piélago me ha hecho recobrar mis fuerzas y, a pesar del calor, estoy dispuesto a seguir otro poco, incluso para seguir subiendo, por ejemplo: hasta Sotillo. ¡Qué locura! ¡Y una mierda! No daría ni cuatro pedaladas hacia arriba, este estado pletórico de forma es sólo un espejismo. La comprobación llega pronto, afrontamos la última subida, la peor, no por el desnivel, no es demasiado, sino por el hecho de que es la última, es la cuesta de la Comunidad, y cada uno sube como puede. Gritos de dolor, apoyo moral de uno a otro, desesperación de Miguel, ‘¡¡Otra subida nooo!!’. Pero ya hemos llegado. Sin ningún problema mecánico, sólo como si fuera poco físico.
El viaje ha merecido la pena.
Una heroicidad y una proeza.
Imprevisto. Capítulo final
El descanso merecido está cerca, me planto el bañador y a la piscina. Allí están algunos chicos de la panda. Les sorprende que lleguemos tan pronto cuando les dijimos que llegaríamos tarde, pero nos aburríamos sin hacer nada y nos volvimos, les explico. Estoy dispuesto a darme un baño cuando aparece mi compañero de fatigas Miguel y ‘piernas locas‘. Se me acercan y me dicen que se les ha olvidado la mochila en Hinojosa, que se han dado cuenta ahora mismo. Que Miguel le pidió a Danny la mochila, ahora mismo delante de su casa, pero Danny le dice que él no la ha traído desde Hinojosa, que la bajó del Piélago, pero que luego no la cogió. Así que nos dirigimos a casa a por el coche para recuperar la mochila. Haremos un bonito viaje de vuelta al pueblo donde acabábamos de estar hacía una media hora.
¿Creías que el viaje había terminado? Pues no sabes nada de salidas de fin de semana.
Regresamos a Hinojosa, ahora en coche, a toda prisa. Según vamos van recordando que en la mochila de Miguel llevaban demasiadas cosas, Danny lleva un walkman (valorado en unas 10.000 Ptas.), cintas varias (grabaciones con escaso valor), una cinta original de Blind Guardian (de Diego), un conjunto de bote y soporte de agua de su bicicleta (que se le calló bajando por el infernal camino del Piélago), dinerillo (nada de valor, chatarra), los prismáticos (de dudoso funcionamiento) y una pareja de altavoces para el walkman. Mientras que Miguel lleva su carnet de identidad, una gorra (de Sonic que le regalaron al comprar un videojuego de Master System II), más dinerillo (también chatarra), chorradas varías para la bicicleta, un cacho bocata que le sobró (y acabará zampándose su perro con gran alegría y entusiasmo), Unos bolígrafos que llevaba en el bolsillo pequeño y una carta recientemente mandada por una amiga desde Cullera (Valencia).
Recordando todas estas cosas que están en la mochila cunde el pánico y el nerviosismo de Miguel y Danny, aumentando hasta límites insospechados. ¿Y si alguien ha encontrado la mochila y se la ha quedado…? ¿Y si no aparece? Toda clase de preguntas agobian a estos dos despistados personajes, que tuvieron la cabeza más en casa que en Hinojosa.
Por fin llegamos. Entramos por la misma calle por donde habíamos salido hace como tres cuarto de hora, y nada más llegar a la plaza, vimos la mochila junto al banco donde habíamos estado sentados y donde ahora había un grupo de señores y señoras. Miguel baja desesperado del coche y los señores le dan la mochila, al verle salir corriendo hacia ella. El color de la cara le cambia totalmente, recupera el colorado natural del tostadito de verano. Miguel se disculpa a los señores, que no se habían dado cuenta de que se la dejaban al marcharse. Afortunadamente no habían cogido nada, todo estaba intacto. Sus corazones volvieron a latir a un ritmo normal, la cara de calma les volvió al rostro. Para nosotros Hinojosa es un pueblo de gente legal y muy buena, ahí está la prueba.
Salimos del pueblo muy contentos, aunque con algún que otro tropiezo en alguna que otra pared, nada digno de mención. Poco más que una anécdota en un largo, largo viaje.
Ya con calma, volvemos de nuevo a casa. A descansar de las fuertes emociones. A darnos un chapuzón en la piscina. A charlar con los chicos. A contar nuestras historias.
Este ha sido el relato humilde de uno que lo escribe y lo vive. Todos los hechos son tales como yo recuerdo, aunque lo que vivimos fue mucho más que un viaje. Lo que vimos fue mucho más que imágenes, es un RECUERDO con mayúsculas, no por nada, sino porque quedará en nuestras retinas para siempre. Aquélla bella Afrodita que nos pasó por delante de la cara en la fuente del Piélago era tan hermosa que será muy difícil que se nos olvide. Lo que sufrimos nos servirá de experiencia para otro viaje, otro reto. Forjamos una amistad fuera de toda duda y de todo dolor. Fuimos uno para lograrlo y ¿soy uno para contarlo?
Los que vivimos este viaje le recordaremos siempre, que pena que no hallamos sido más para recordarlo y vivirlo. ¡Porque esto hay que vivirlo!
Miguel . Iván . Danny . David
Gracias, chicos.
Apéndice
LA CRÍTICA DE MIGUEL:
Pienso que los estratos superpuestos del énfasis literario aquí existente queda perfectamente reflejado en su base nihilista, y que además de su arraigado y enmendable sentido peyorativo, estas disposiciones contrapuestas no son por lo pronto otra cosa que opuestos mecanismos, es decir, una distensión diastólica con aprehensión del objeto y una contracción sistólica, abandonando la energía del objeto aprehendido. Por lo tanto no es fácil caracterizar de modo accesible y claro este antitético comportamiento respecto del texto y se corre grave riesgo de llegar a formulaciones paradójicas, que producirían más tiniebla que luz.
Bueno, en resumen, que me parece que nunca llegarás a ser un escritor de fama reconocida mundialmente, pero por lo menos harás que se le salten las lagrimillas a gente como yo cuando termine de leérselo. ¡ES UN RECUERDO MARAVILLOSO! Y las gracias te las deberíamos dar nosotros a ti, que fuisteis quien nos animó a ir al Piélago.
¡¡¡¡¡ MUCHAS GRACIAS POR TODO !!!!!
Miguel Martín Almazán